La mente por su naturaleza está sujeta a un continuo dialogo interior que se alimenta de muchos factores, gastando energía y agotando la de reserva. Recordamos que con la palabra “mente” nos referimos a la actividad cerebral. El metabolismo (funcionamiento) cerebral gasta energía como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo. Cada pensamiento que generamos, va gastando una cantidad de energía. Si la actividad mental es muy fuerte, por ejemplo una personalidad muy dispersa, se puede llegar a sentir hasta cansancio físico sin una razón aparente.
El desgaste energético
Uno de los principales factores es el exceso de imaginación: muy a menudo anticipamos las acciones futuras, proyectamos éxitos y fracasos, alimentamos continuas expectativas, creamos e imaginamos, hasta vivimos ya todos los detalles de los eventos que van a ocurrir para “estar preparados ante cualquier eventualidad”. El clásico ejemplo son aquellas personas que en un día soleado salen de casa con el paraguas porque “han dicho que hoy iba a llover”. Cuando les preguntas “quién lo dijo” …. no saben contestar …. y no les preguntes por qué se lo han creído….y se lo siguen creyendo….. Este hábito genera un fuerte desgaste energético en el sistema cuerpo-mente y lamentablemente, está muy radicado en un número elevado de personas.
Otro factor relevante es la búsqueda de la felicidad “a tope”, la necesidad de vivir una sensación de continua satisfacción, “que todo va bien y está bien”, algo que en realidad se traduce en: “todo tiene que funcionar y desarrollarse como a mí me gusta y me satisface”, lo cual siempre ha sido entre los principales objetivos inalcanzables de cada ser humano y generador de estrés profundo. Todas las actividades del hombre están dirigidas hacia el conseguimiento del estado de felicidad en la vida a través de la satisfacción del deseo consciente o inconsciente. Esta búsqueda se desarrolla hacia lo exterior por la convicción equivocada de que son los objetos externos quienes la brindan. La mente está tan volcada hacia “lo que está fuera” que pierde el contacto con la dimensión y la realidad interior. El mecanismo siempre es el mismo: la mente vagabundea sin descanso, esta vez entre objetos, siempre fluctuando, excitada, agitada y sin control, y el gozo verdadero no se puede experimentar ni disfrutar.
Un tercer factor muy evidente es la fuerte necesidad de vivir una vida muy exteriorizada que demuestra la clara incapacidad de estar con uno mismo. Mantener la propia agenda siempre a tope, con muchos empeños, visitas, encuentros, actividades y deseos por satisfacer o cumplir, puede ser estimulante pero no ayuda en el camino hacia la tranquilidad, claridad y serenidad mental. Siempre tenemos “algo” que hacer, “alguien” con quien quedar, una actividad por terminar. Todo esto genera un desequilibrio a favor de lo exterior que termina por limitar el espacio y tiempo a dedicar a la práctica espiritual y no favorece la claridad mental necesaria a la hora de tomar decisiones importantes en nuestras vidas.
Es importante apaciguar los impulsos, las emociones y los pensamientos que derivan de ellos y que influyen en el proceso decisional y en la consecuente acción. Todo este “actuar” nos quita el tiempo que necesitamos para aprender a conocer la mente, como funciona, su naturaleza para encontrar el camino hacia la felicidad duradera, hacia la paz y la serenidad, para aprender a ahorrar nuestras energías dejando de imaginar futuros distópicos.
Aprender a priorizar y soltar lo innecesario, querer cambiar, nos vendría bien para tener más “reservas” a la hora de abrazar lo nuevo, lo inesperado, o vivir el famoso “aquí y ahora”. Este es el gran trabajo del Yoga, mucho más que aprender la “parada de mano” o más postureo que, sí, por supuesto queda bien en la foto, pero a poco sirve si no se compensa con un trabajo más sutil.
Una mente tranquila no desperdicia energía. La vida ideal de un practicante de yoga reside en la simplicidad, en la práctica constante y prolongada en el tiempo, en cultivar lo que realmente nos nutre y nos aporta algo positivo y que nos ayuda a crecer y conectar con lo que hay “dentro”, y equilibrarlo con lo que hay “fuera” para evitar el surgir de conflictos emocionales. Esta es la dirección correcta para mantener una mente lineal, coherente, esencial y clara que no desperdicia energía y se convierte en una amiga y un soporte en nuestras vidas. Cuando falta la motivación, la disciplina ayuda porque nos vuelve a llevar hacia el centro, hacia lo interior que no es volátil o perecedero como lo exterior.